XXVIII
El principito llegó al octavo planeta por fin, había dejado atrás en la Tierra a sus dos únicos amigos, pero estaba acostumbrado a dejar cosas atrás y esto le dolió relativamente poco en comparación a lo que después le sucedió.
En este octavo planeta era todo muy raro, estaba lleno de baobabs gigantes, jamás los había visto tan grandes, los habitantes de este planeta no solo no los arrancaban, sino que encadenados a unas frías y oxidadas cadenas eran obligados por un ser aterrador a regarlos con sus propias lagrimas, el principito no entendía nada.
Los volcanes en este planeta eran incontables, había millones de ellos, todos en erupción al mismo tiempo, el principito sentía como el calor se apoderaba de su cuerpo y el nauseabundo olor de la ceniza que desprendían los volcanes del planeta le causaba un indefinible malestar.
Siguió explorando el terreno, siempre esquivando la mirada atenta del aterrador ser que maltrataba a los habitantes del planeta. De pronto el principito, vio algo que jamás habría deseado ver. En una inmensa explanada, observó millones de flores, distintas unas de otras, quemándose y gimiendo debido al calor del planeta, era tal el castigo impuesto que ni si quiera les llegaba la muerte que detendría su tormento.
Entre las flores, el principito desgraciadamente encontró a la flor de su planeta, la que tanto amaba, no pudo evitar correr hacia ella, fue entonces cuando el aterrador ser lo atrapó.
− ¿Qué haces tú, bondadoso príncipe, aquí en el planeta de los errantes? − preguntó furioso el monstruo.
− No me haga daño por favor, aterrice aquí sin quererlo, es mi corazón quien me guía.
− Las criaturas buenas como tú no deben estar aquí, mas si tu corazón te trajo alguna razón tendrá. ¿Cuál crees que puede ser?
− Disculpe, pero creo que es por la flor a la que he amado siempre, está aquí, en su planeta… quisiera recuperarla.
− En este planeta solo mando yo, dueño y señor de los reyes tiranos, las criaturas vanidosas, los borrachos desgraciados, los empresarios avaros y por último las crueles flores que han atormentado a otras criaturas. Y tengo el deber de castigarles, si valoras tu vida vete, pero tu flor no irá contigo, sin embargo si de verdad la amas comparte con ella su sufrimiento.
− Dueño y señor del planeta, la amo tanto, que no compartiré con ella su sufrimiento, sino que cargaré yo por siempre con él y a mi flor dejarás libre.− contestó heroica y decididamente el principito.
− Si eso es lo que deseas, adelante, ve con tu flor, cuéntaselo todo y ocupa su lugar.
Lloroso, nuestro virtuoso principito, sin mediar palabra liberó a su flor del castigo ocupando él su puesto, el resto de las errantes flores, lo admiraban pero aún miraban con rabia y envidia a la flor del principito, todavía las quedaba mucho por aprender.
FIN
Jacobo J.
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