Son las 16:15 de un viernes de enero. Es la última hora, el profesor habla, pero a ti no te importa. Sientes el calor del radiador mientras miras por la ventana. Estás abstraído en tus más profundos pensamientos. Observas como los esqueléticos árboles sin hojas son azotados por el gélido viento del invierno. El cielo oscuro, cubierto de grisáceas nubes ensombrece el ambiente y entretanto oyes el lúgubre rugir del ventarrón que dificulta el vuelo de las urracas, que cada tarde acuden al jardín de debajo de la clase a picar el suelo... piensas ¿lloverá esta noche? Que más da, vais a salir de todas formas. La clase avanza y las 17:00 se acercan, pero tú sigues pensando en tus cosas hasta que, sin darte cuenta ya estas yendo a la ruta con tu mítico abrigo puesto. No sabes por qué, pero estás feliz. Dejas atrás todas tus preocupaciones para adentrarte en el fin de semana. Llegas a tu ruta, la de toda la vida, te sientas en tu sitio de siempre, empiezas a oír música y te quedas dormido plácidamente.
Es la rutina de cada viernes, nos hace estar felices, y es que para estarlo no es necesario hacer grandes cosas, basta con disfrutar de los pequeños placeres de la vida que se presentan cada día, porque cuando seamos mayores añoraremos con lo más sincero de nuestro cariño y nuestra nostalgia estos recuerdos y lo que nos hacían sentir.
“disfruta cada segundo de la vida como si fuera el último, entonces serás feliz”
Jacobo J.
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