El otro día, al pasar frente a la agencia de viajes de mi calle por la que paso a diario varias veces, me fijé en el indigente que hace su vida en esas escaleras desde que tengo memoria. Al sentirme observado y mirarle a los ojos, me di cuenta de cómo me miraba, me miró como se mira a esos viejos amigos, a los que ya ni saludas, pero conoces perfectamente.
Ahora lo pienso y creo que formo parte de la vida de ese indigente, de larga barba y ojos atentos. Jamás he hablado con él. Ni le he dado dinero porque no lo pide, pero hay un vinculo que nos une, quizá sea nuestra calle, o quizá sea el destino, pero el caso es que me conoce desde que iba en carrito. Conoce a mi familia, mi coche, mi forma de vestir. Me ha visto crecer, me ve ir a hacer la compra, al ir a misa, al ir a hacer recados. Cuando paso por allí con mis amigos, cuando llego del colegio... Estoy seguro de que conoce a toda mi calle igual que a mí, a mis hermanos, mis padres, mi tío, mis abuelos y demás vecinos... que formamos parte de su vida y en el fondo él de la nuestra.
Su vida aparentemente no tiene sentido. No se mueve de allí y nadie habla con él. Se limita a observar a las personas. La mayoría creemos que es una vida vacía, pero si te paras e intentas meterte en su cabeza, es una vida realmente entretenida. Y es que la mayoría creemos que tener vida es conocer gente, tener amigos, familia, posesiones, ocupaciones... y no nos equivocamos, claro que no, pero nos olvidamos de la vida interior, que posiblemente sea más apasionante. Y es que mi indigente, estoy seguro que tiene más vida interior que Pocholo y Borja Mari juntos, o que cualquiera de nosotros. Tantas horas en silencio, con la mirada pérdida y en soledad pueden parecer una forma de vida aburrida, pero lo que son, es la causa de una vida interior increíble y de lo más interesante.
Con esto me gustaría que os plantearais ser alguna vez un poco como mi indigente, que dejó sus problemas atrás para vivir hacia dentro de sí mismo.
“La soledad es el imperio de la consciencia”
Jacobo J.
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